El ronroneo del motor comenzó a apagarse mientras Zalel, desde su asiento, observaba el paisaje desértico que lo rodeaba. No vio señal de vida o vegetación alguna, solo arena hasta el horizonte. Analizando aquel lugar se preguntó si había valido la pena el viaje y el coste de aquella localización. Revisó los sensores y comprobó que el aire era respirable. Abrió la cubierta y una ráfaga de aire caliente le azotó el rostro. Bajó de la nave de un salto, cogió su material y comenzó a avanzar. A medida que se alejaba de la nave la luz de la mañana comenzó a calentarle, haciéndose cada vez más agobiante; la ropa se le pegaba al cuerpo y sus pulmones parecían arder con cada respiración. Aún así, se obligó a seguir avanzando, dejando que el crujir de la arena bajo sus pies se elevara en el aire.
Zalel observó con una sonrisa las desoladas ruinas de la ciudad que había estado buscando. Emocionado, comenzó el descenso, estudiando los restos que quedaban a la vista. Los elementos había destruido gran parte de la ciudad peor aún se podía distinguir el diseño principal de la misma. Hacía años que se habían descubierto las ruinas y el propio Gobierno Galáctico había enviado a un grupo de arqueólogos para estudiarlas pero, al no encontrar nada relevante, ni siquiera el nombre de la civilización que había vivido allí, decidió suspender la investigación. Y por eso mismo él estaba allí, porque sabía que aquellos académicos habían sido unos ineptos y que aún debían quedar algunos objetos que valieran un buen puñado de créditos.
Zalel avanzaba por aquella red de grutas que había bajo las ruinas de la ciudad. Era todo un descubrimiento pues, aunque había partes que se habían generado de manera natural, en otras se podía apreciar el trabajo de sus antiguos habitantes. Estaba emocionado. Todo aquello no figuraba en los informes de los arqueólogos galácticos y eso era muy buena señal para sus propios intereses.
Zalel estaba agotado. Llevaba un par de horas ahí abajo y lo único que había descubierto era que aquel lugar era un laberinto. Cada vez que llegaba a una caverna, esta se abría en nuevos corredores. No había encontrado ninguna salida, solo rocas y más rocas. Ni siquiera ningún resto de la antigua civilización. Mientras maldecía su mala suerte llegó a una nueva sala y, en el momento en el que la luz la iluminó no pudo hacer más que contemplarla boquiabierto.
Zalel observó maravillado la caverna que se abría ante él. A diferencia de todas las otras por las que había pasado, esta tenía las paredes completamente lisas y estaban escritas de arriba abajo. Texto e imágenes se unían para formar un extenso registro de aquella civilización perdida. Se apresuró a sacar su cámara cuando vio un destello verde por el rabillo del ojo. El explorador se volvió y se descubrió mirando una curiosa pieza de cristal que había colocada sobre un altar de piedra, también labrado. Se acercó hasta ella y la estudió por un momento. ¡Le iban a pagar mucho por aquella pieza! Alargó sus manos y, con mucho cuidado, la cogió. Una sonrisa afloró en su rostro mientras la guardaba en la mochila y, a continuación, agarró de nuevo la cámara para sacarse un sueldo extra con las instantáneas.
Zalel silbaba feliz ahora que había terminado de fotografiar aquel lugar, pensando en lo que iba a ganar por todo, y adentrándose en un nuevo corredor. No llevaba mucho avanzando cuando, desde un pasillo lateral, sintió una leve corriente de aire que le acarició el rostro. ¡Una salida! Cambió rápidamente de rumbo y siguió aquel rastro de aire fresco por los pasillos cuando oyó un extraño sonido a su espalda. Tardó un momento en comprender que aquello eran unas garras rasgando la piedra. Nervioso, se volvió. En el fondo del túnel había unos ojos rojos que le miraban. Un rugido aterrador rasgó toda la caverna y Zalel comenzó a correr al tiempo que oía como aquella criatura hacía lo mismo.
El corazón martilleaba con fuerza su pecho, las piernas le dolían y sentía cómo sus pulmones ardían pero, si quería sobrevivir, no podía detenerse. Al girar por el corredor vio a lo lejos la luz del día. Aquella era su salida. El explorador apretó los dientes y corrió tan rápido como podía, sintiendo el aliento de aquel monstruo junto a él. Pero, cuando la garra estuvo a punto de alcanzarle, Zalel consiguió salir al exterior. La criatura aulló de dolor al sentir la cálida luz del día sobre su piel, regresando a la oscuridad de la cueva. Se había salvado.
Zalel regresó a su nave aún con el corazón en la boca y mirando de tanto en cuando por encima del hombro para asegurarse de que aquella criatura no le seguía. Abrió de nuevo la cubierta y subió. Dejó la mochila a buen recaudo e inició la secuencia de encendido. Pronto el motor comenzó a cantar y, con un leve tirón de los mandos, la nave se elevó en el aire. El altímetro se movía rápidamente mientras la nave atravesaba la atmosfera y, luego, se hizo el frío silencio.
El explorador miró por un momento el planeta que dejaba atrás y no pudo comenzar a reír. No solo porque se había salvado milagrosamente de una muerte bastante desagradable, sino porque al final aquel viaje había valido la pena e iba a ganar un buen pellizco, pudiéndose pagar alguna que otra aventura más.
Como habréis visto, este es el relato que he ido publicando a lo largo de estas semanas en Instagram pero quería tenerlo también de manera completa en un único post. Así que, me he dicho, ¿por qué no subirlo en la web? Y aquí está. Espero que os haya gustado este pequeño relato y las fotografías que he hecho para la ocasión. Debo decir que ha habido alguna bastante complicada de hacer, pero el resultado ha validado la pena. ¿Qué opináis? ¡Nos vemos la próxima semana!
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